El otro día fui a la casa de un compañero a hacer el deber de la escuela. Este compañero, quiero decirles, es un poco extraño; casi no habla con los demás, es más bien pálido, no el gusta el sol y cuando le tocas el hombro o lo saludas, sientes que siempre está frío.
Resulta que estábamos ya haciendo la tarea escolar, cuando entró al cuarto donde nos encontrábamos una señora de pelo muy muy largo, vestida toda de negro, pintada de violeta con mucha exageración alrededor de los ojos, y ataviada con un velo transparente también negro. Era la mamá de Sigfried (como se llama mi compañero), y quería saber si yo me iba a quedar a tomar algo de leche, pastel y esas cosas que dan las mamás a los amigos de sus hijos.
Yo le dije a la señora que necesitaba avisar a mi casa, ya que estaba por dar la hora en que había dicho que regresaría de hacer los trabajos con mi compañero. La señora amablemente me dijo que podía llamar por teléfono y pedir permiso, así que la seguí por varios corredores (la casa era muy grande, y estaba situada a las afueras de la ciudad), hasta llegar a un cajón que me pareció algo raro, parado y recargado en la pared.
La señora abrió el cajón y entonces vi lo que era ... Adentro estaba el teléfono, y yo, sin dar explicación alguna, eché a correr, salí de esa casa tan siniestra, y no me detuve hasta llegar a mi domicilio.
Ustedes comprenderán por qué me comporté así, cuando vean el teléfono que me había prestado la inquietante mamá de mi compañero ...