UN RELATO JAPONÉS.

¿Qué dirían ustedes, mis amigos, de un pobre japonés que tuvo la mala suerte de estar en las dos ciudades en las que cayeron las dos BOMBAS ATÓMICAS con las que EEUU dió término a la II GUERRA MUNDIAL ... y sin embargo sobrevivió a ello?

Aquí tienen un artículo que escribió mi papá sobre este tema ...

El “Hibakusha” con pésima suerte… pero sumamente afortunado.
Por:
Javier Mendoza Aubert.

Hasta donde se sabe, 8 ciudadanos japoneses fueron los que, huyendo de Hiroshima devastada por la Bomba Atómica, tuvieron el pésimo tino de refugiarse o regresar a Nagasaki para, a los 3 días, sufrir de nuevo la horrenda experiencia. Pero la historia de uno de ellos sobresale por la gran longevidad de su protagonista.

Tsutomu Yamaguchi, en la actualidad de 93 años, ingeniero de la firma Mitsubishi, se encontraba en Hiroshima en viaje de negocios, cuando el bombardero estadounidense B-29 “Enola Gay” arrojó el 6 de Agosto de 1945 la bomba atómica sobre dicha ciudad, a las 8:15 AM, alcanzando el mortal artilugio la altura requerida para su explosión -600 metros sobre el suelo- a los 55 segundos de ser lanzada.

“En un momento estaba yo tomando té, en una gloriosa mañana de aire transparente, y de pronto, como estrellarse contra una pared, todo se volvió negro y se reventaron mis tímpanos. Después de 15 minutos, en los que había quedado inconsciente, volví en mí y vi solo cenizas y polvo fino, como harina, en nubes flotando en el aire. Se respiraba fuego picante. El cielo se volvió de un negro intenso, irreal, sobrecogedor, y me conmovió alcanzar a ver siluetas de humo y grasa humana sobre el piso, a solo unos metros de donde había sido arrojado yo: sobre esas siluetas estaban, momentos antes, algunos comensales que se alojaban también en aquel albergue del centro de la ciudad…”.

Asustado de muerte, Yamaguchi salió del despojo de ciudad en la que se había convertido Hiróshima, y comenzó a caminar sobre la carretera. Un camión que llevaba decenas de jaulas con pollos –milagrosamente vivos- atinó a pasar por la desolada rúa, parándose junto a él. El chofer, con el rostro blanquísimo y un temblor insidioso en las manos, le preguntó si necesitaba que lo llevaran. Sin decir palabra, Yamaguchi se subió al asiento del copiloto. Ese camino era el que se dirigía hacia Nagasaki, hogar del ingeniero japonés.

Por un momento se sintió aliviado: “Nagasaki es la ciudad con más población de cristianos practicantes japoneses, por lo que los americanos no se atreverán a arrojar ahí otra bomba, o lo que fuere que hayan arrojado”, pensó.

El mismo 6 de Agosto, por la tarde, llegaron los dos hombres a Nagasaki. A Yamaguchi lo recibió su esposa y el hombre durmió dos días consecutivos, quizá tratando de olvidar lo que ninguna palabra ni ningún lenguaje puede expresar.

Al tercer día, el 9 de Agosto, se levantó por la mañana muy temprano y quiso advertir a las autoridades del pueblo sobre lo vivido, por lo que se dirigió hacia las oficinas de las alcaldía de la ciudad.

La confusión en el lugar era total. Nadie sabía qué pensar; nadie podía dar dimensión exacta al horror. A Yamaguchi no le prestaron atención. Y de cualquier forma al pobre hombre se le atoraba un amasijo de palabras y miedo cada vez que intentaba relatar lo vivido, por lo que de su garganta solo salían ruidos sin sentido.

A las 11:01 AM por alguna razón, encontrándose aún en la Alcaldía, Yamaguchi volteó hacia una ventana y se pudo percatar de que en lo alto del cielo nuboso, en un claro abierto por el sol, pasaba la silueta nefasta de otro B-29. Ni siquiera tuvo tiempo de pensar nada: con una mezcla de instinto y premonición se tiró con fuerza al suelo, cayendo por fortuna en un pequeño hueco que era formado por el suelo, el quicio de la puerta y varios escalones que desembocaban en otro cuarto.

Otra vez el resplandor innombrable. De nuevo el olor a fuego de vómito, carne evaporada y ceniza, entremezclados en fantástico horror.

De ese cuarto, y de miles más en cientos y cientos de metros a la redonda, no quedó literalmente nada: ni personas, ni muebles, ni cuadros, ni casas ni nada. Solo Yamaguchi se había salvado. Pero esta vez había perdido a su esposa y a sus dos hijos pequeños entre los pulverizados.

Los ingenieros amigos de nuestro personaje tienen una teoría que podría explicar por qué se salvó en esta segunda ocasión Yamaguchi. Las ondas de choque producidas por la terrible explosión de la Bomba viajan horizontalmente, por lo que el haberse tirado al piso, y haber caído en un providencial hueco, fue lo que salvó su vida.

Por años no abandonó a Yamaguchi la idea de que las bombas le perseguían a él, personalmente. Y toda su vida se ha sentido intranquilo en cualquier lugar en el que se encuentre: espera nueva muerte que caiga del cielo.

Pero esto no ha sucedido, en Julio de 2009 cumplió 93 años: Hibakusha significa en japonés "el sobreviviente".

Una mala fortuna de dimensiones incalculables la de Tsutomu Yamaguchi. Una envidiable suerte también, que ya la quisiera cualquier mortal sobre la tierra.